La Voz 2020′ ha recordado la importancia de los autores en televisión. Cuando parecía que el veterano formato ya no interesaba tanto por la pérdida del efecto novedad. De repente, vuelve Laura Pausini como coach y levanta el espectáculo junto a sus compañeros Alejandro Sanz, Antonio Orozco y Pablo López. Los cuatro se complementan entre sí, pero Pausini moviliza el formato con el arte de compartir con la audiencia su modo de entender la vida. En definitiva, con su arte para ser cómplice con el espectador. Sin caer en frases hechas y eslóganes vacíos, siendo generosa al aportar argumentos de su aprendizaje musical y vital. A Pausini no le impone un plató, está por encima de lo incontrolable de una grabación porque cuenta con la seguridad de ser autora, autora de música pero, también, de televisión. Así el programa ha ganado interés, porque el show es más empático con el público. No transmite artificio, pues la aptitud y actitud de la cantante es de implicación con los concursantes y con el propio espectador.
La habilidad de saber compartir es crucial en los medios de comunicación. Y la televisión y su audiencia ha crecido con una Laura Pausini que siempre ha sido muy transparente. Prácticamente la hemos acompañado en su evolución existencial. Llegó, muy joven, al ritmo de ‘Se fue, se fue‘. Y, al instante, todos nos sentimos indentificados con ella. Aunque aún no nos hubieran roto el corazón porque éramos muy pequeños para ser dejados, pero Pausini ya nos enfrentaba a los virajes emocionales de ir descubriendo que en el amor no sólo eliges. También te eligen. Y te rechazan. Desde entonces, la propia Laura también ha ido avanzado a nuestro lado. De adolescente a alcanzarse como una gran artista internacional. Pero no ha perdido esa espontaneidad con la que empezó en los noventa. Es más, incluso ha madurado con una inteligente mordacidad. Es su gran valor: es tan traviesa como la propia audiencia. Su carisma sale a la televisión a jugar, relativizando los delirios de grandeza que planean en los platós y comprendiendo el nervio de los talentos que desfilan frente a sus ojos.